En la Estela de un Suicidio
Como facilitador de un grupo de personas que se enfrentan a la pérdida de un ser querido debido a un suicidio, quiero dedicar este escrito a la tremenda situación que supone la pérdida de alguien con quien teníamos un importante vínculo emocional y decidió poner fin a su vida.
EL suicidio en la cultura occidental ha sido percibido como algo pernicioso. Antiguamente los intentos de suicidio, llegaron a ser considerados delitos a nivel penal y en el plano religioso como una afrenta a Dios, con el argumento de que es Él quien nos proporciona la vida y por lo tanto es el único que tiene derecho a quitárnosla. En España hasta el año 1983 se prohibían enterrar en el cementerio cristiano a quienes habían acabado con su vida.
Esta visión nada compasiva e inquisidora que ha persistido durante muchos años, aunque hoy no se materialice en condenas concretas, ha favorecido la existencia de un estigma social que rodea a esta situación dramática, que hace que se viva esta experiencia con vergüenza y que lleva a muchos sufrientes a vivir su duelo en secreto o aislamiento, algo que va a suponer una dificultad añadida a la hora de su resolución.
De acuerdo con la OMS, aproximadamente un millón de personas se suicidan cada año, dejando una media de entre seis y ocho seres queridos profundamente afectados por un devastador sufrimiento.
La mayor parte de las personas que recurren al suicidio lo hacen porque creen que es el único recurso que les queda para dejar de sufrir. Recuerdo las palabras de alguien que sobrevivió a una fuerte crisis:
“No es que yo quisiera quitarme la vida, sino que fue la única vía que encontré para poner fin al profundo sufrimiento que padecía.”
Varias pueden ser las razones por las que alguien pueda suicidarse:
1) Situaciones como las de algunas personas que consideran que lo que les queda por vivir no merece la pena, ya que se encuentran sumidas en el deterioro paulatino de un envejecimiento o padeciendo enfermedades progresivas incurables, en las que además de sentir que no tienen una digna calidad de vida, pudieran incluso percibirse como una pesada carga para su entorno más cercano.
El hecho de que alguien en esta situación decida acabar con su vida, aunque incluso no sea compartida esta opinión por algunos seres queridos y siempre y cuando no existan unas fuertes creencias religiosas que consideren ese acto como una afrenta a Dios, podrá ser vivido en general con comprensión y un componente de liberación.
2) También puede suceder que el suicidio sea la culminación de un largo proceso de intenso sufrimiento psicológico, típico de algunas enfermedades mentales. Después de un hecho como éste, podría suceder que sus seres queridos puedan llegar a experimentar un sentimiento de alivio, que provenga tanto por que el suicida haya puesto fin a una vida trágica condenada a un gran sufrimiento y por otro por que se sientan liberados de la carga de tener que acompañarle durante tan dolorosas situaciones.
Al margen de estas situaciones en la que la decisión es motivada porque la vida no reúne unos mínimos de calidad, el enfrentarnos a la experiencia de que alguien con quien teníamos un vínculo emocional significativo decide acabar con su vida, puede llegar a convertirse en una vivencia devastadora. Este es el desgarrador testimonio de un ser querido:
“Mi vida, yo, me rompí completamente el día que mi hijo de 20 años se suicidó. Así me sentí. Yo que pensaba que más de lo que había sufrido hasta ese día, poco más podía ya sufrir…. Pero apareció un dolor que jamás hubiera podido ni imaginar que existía, y con él la culpa de que no lo hice lo suficientemente bien para haberle ayudado en su sufrimiento y de que el haberle fallado, provocó la muerte del ser de mis entrañas amado. Me rompí en millones de cachitos. La vida para mí ya no existía, y yo sentí que con semejante dolor, yo ya no podía vivir. El amor de todos mis seres queridos, aunque me era imprescindible, no era suficiente para poder sentir ni el más mínimo aliciente de vivir.”
El suicidio deja a sus víctimas con un legado de dolorosas y conflictivas emociones. Voy a intentar comentar aspectos que serán específicos de este tipo de pérdida y que serán comunes para la mayoría de los supervivientes. Partiendo de la base de que cada situación será única, no existiendo dos personas que vivan su aflicción con la misma intensidad y duración.
Un importante punto de partida ante este complejo proceso de duelo que queremos resolver será considerar el papel que pueden jugar los pensamientos inconscientes. Ya que este mundo mental, dejado a la deriva puede amplificar de manera reiterativa y significativa nuestro dolor emocional.
Estas próximas líneas son el testimonio de alguien que ha llegado a tener una comprensión de las dinámicas del dolor emocional estimulado por el pensamiento inconsciente, evitando de esta manera caer en el callejón sin salida de la “desesperación y locura” como ella lo menciona:
“Estoy aprendiendo a observarme, a que cuando me embarga el dolor, estar consciente, vivirlo, (sigo llorando), no alimentarlo con pensamientos…, dándome cuenta de que cuándo aparecen los pensamientos sobre mi hijo y yo, voy cogiendo fuerzas para elegir no identificarme con ellos: con los recuerdos, con su ausencia, con las añoranzas de sus anécdotas, con la culpa…, ya que al haber estado ahí, sé que ahí sí que no hay salida, sólo desesperación y locura.”
En el párrafo anterior leemos con respecto a los pensamientos: “voy cogiendo fuerzas para elegir no identificarme con ellos”. Tenemos un conocimiento muy pobre de cómo funciona nuestro mundo emocional, una gran parte del sufrimiento es autoinfligido, lo avivamos nosotros cuando nos dejamos llevar por el pensamiento automático asociado al dolor emocional.
No podemos cambiar los pensamientos que emergen súbitamente en nuestra pantalla mental, nuestro margen de maniobra consistirá en ¿qué hacer con ellos? Podemos de manera inconsciente seguir pensando sobre ellos o elegir no hacerlo, constatando que si los observamos sin identificarnos, nuestra aflicción emocional irá perdiendo fuerza.
Nuestras mentes están acostumbradas al pensamiento inconsciente, por lo que para poder optar por la no identificación se requerirá de un adiestramiento mental. Para ello existen poderosas herramientas que facilitarán el desarrollo de conciencia de la experiencia interior, como la meditación y el mindfulness.
El suicidio, por su propia naturaleza, dejará muchas preguntas en el aire, lo cual será un caldo de cultivo muy favorable para el incremento del pensamiento inconsciente.
Excepto cuando la evidencia de anteriores intentos de suicidio daba pistas de que pudiera volver a repetirse la tentativa, un número considerable de ellos sucedieron sin que sus seres queridos se hubieran planteado la posibilidad de que acontecieran.
Cuando alguien no comunicó en vida o dejó un escrito expresando por qué decidió poner fin a su existencia, dejará a sus seres queridos con el reiterado intento de averiguar por qué fue llevado a cabo, sumidos en una infructuosa búsqueda de respuestas ante el desastre.
Preguntas como: ¿Por qué lo hizo? ¿por qué no me di cuenta? ¿nos dio pistas de que pudiera suceder, pero no las entendimos? ¿podíamos haberlo evitado? ¿cómo le he fallado para que haya llegado a suicidarse?… Todo ello será un terreno idóneo para que el pensamiento inconsciente pueda convertirse en obsesivo. Esta estéril búsqueda de respuestas que nunca llegan, será una constante que generará sufrimiento y agotamiento.
El hecho de que un suicidio se haya cometido de manera violenta, favorecerá el que los seres queridos se encuentren obsesionados con fantasías o con recuerdos de lo que vieron. Por lo que será muy conveniente el adiestrar a la mente a no identificarse con lo que aparece en la pantalla mental, evitando de esta manera dar energía a imágenes terriblemente dolorosas.
Es normal que las personas más próximas al suicida padezcan emociones de culpabilidad. Las víctimas se encontrarán atrapadas en una interminable sucesión de ideas en las que se lamentarán de no haber evitado el suicidio.
¿Teníamos que haber evitado que esto sucediera? Si sólo hubiéramos hecho esto o aquello…
A veces tendemos a hacernos responsables de las decisiones de otras personas y en este caso los verdaderos responsables de poner fin a sus vidas fueron quienes las llevaron a cabo, esta comprensión será necesaria para mirar a la culpa de una manera más realista y poder liberarnos de su atadura.
Las personas que tienen dificultad con la expresión del enfado suelen tender a volverlo hacia ellas mismas. La pérdida de un ser querido que ha muerto por suicidio será un favorable terreno para la autoflagelación a través de la culpa.
Un ingrediente fundamental para la sanación será el desarrollar una mirada compasiva hacia nosotros/as mismos/as, especialmente con emociones como la culpa.
El enfado hacia el suicidado puede proceder de un sentimiento de sentirse rechazado/a, abandonado/a, traicionado/a y también por la carga de tener que cooperar con una situación tan dramática “¿Cómo has podido hacernos esto?” sintiendo que quien lo hizo se liberó, dejándoles enfangados en esa horrible experiencia.
Los sentimientos de vergüenza son comunes, el suicidio deja una sensación de fracaso, el de no haber estado a la altura para que ese acto no hubiera ocurrido. La pérdida de un/a hijo/a, pareja… nos puede llevar a contemplarnos estigmatizados con una visión negativa sobre nosotros mismos.
“Una parte de mí se sentía avergonzada, mi mente me decía esto no pasa en buenas familias, si hubiera podido hablar entonces con alguien que hubiera pasado a través de esta experiencia…”
Como consecuencia de esto, hay familias que han negado la realidad de que su ser querido se suicidó y el hecho de que permanezca como secreto, hace que sea una barrera para la sanación de esta herida profunda y dolorosa.
A veces los seres queridos pueden percibir que haya personas que les evitan, lo cual puede reforzar la idea de que son rechazados, cuando en realidad la evitación no es consecuencia de un juicio de condena, sino de una huida ante la sensación de no saber cómo interactuar con alguien que ha perdido por suicidio a un ser amado.
El suicidio de un ser querido puede proporcionar sentimientos de una tremenda inseguridad, puede minar la falsa sensación con la que vivimos de que el mundo es un espacio seguro y proporcionarnos una impresión de que en cualquier momento otra tragedia puede suceder.
Durante los primeros meses después de la M del ser querido es bastante común tener ideas de acabar con la propia vida, que casi seguro no se llevarán a cabo.
“Aunque no se me había pasado nunca por la cabeza suicidarme, uno de mis mayores miedos después de la muerte de mi hermana fue que yo pudiera hacer lo mismo. Ella murió cuando tenía 23 años y fue una experiencia de gran alivio llegar a cumplir los 24. Si hubiese habido alguien que me pudiera haber comentado que esta era una reacción normal al suicidio, me habría ayudado a liberarme de aquella proyectada amenaza.”
El principal motivo por el cual quitarse de en medio ante la pérdida de un ser amado por suicidio, será el huir de tan dolorosa experiencia.
Aunque hasta aquí he pretendido comentar sobre las emociones que son el legado exclusivo de una muerte por suicidio, no obstante quiero nombrar también la inmensa tristeza que emergerá de tan dolorosa experiencia, siendo un factor común a cualquier pérdida.
La resolución del duelo dependerá, de que de manera activa nos hagamos cargo de cada una de las formas en las que el dolor se expresa y podamos aceptar la realidad de la pérdida, diciendo “adiós” a lo que nunca más podrá ser vivido.
Este es el testimonio de alguien que ha conseguido ir dejando atrás el doloroso pasado, soltando los vínculos con su ser querido y a pesar de su miedo a lo que pudiera esto representar, se da cuenta de que… sucede lo contrario.
Veo los recuerdos, y los miro, y he adquirido la energía para poder elegir no darles una vida que ya no tienen, y siento que serían un gran peso que me aplastaría y me cerrarían las puertas de ahondar en la Vida. Esto no quita para que me sigan asaltando momentos de emoción intensa, pero dejo que se exprese, con conciencia, y luego la suelto y continúo con el Aquí y Ahora. Y me sorprende porque tenía miedo de olvidarme de él, de mi hijo, pero alegremente veo que no es así en absoluto. No alimento sus recuerdos, pero lo siento más vivo. Prefiero mil veces esto a vivir en el pasado.
A veces la persona en duelo no tiene acceso a buenos recuerdos del fallecido, la aparición de estos será también una señal de que se está dando pasos firmes en un proceso de transformación.
La menor frecuencia de la aparición del dolor psicológico y la disminución de su intensidad, serán positivos indicadores en el camino de recuperación.
A causa del estigma social que rodea al suicidio, existen muchas personas que han escondido la verdadera naturaleza de su pérdida, siendo ésta un secreto. Así muchos sufren aislados y en una dolorosa soledad. El silencio que les envuelve a menudo dificulta la sanación que proviene de poder expresar su pérdida. Incluso dentro del sistema familiar, a veces se suele rodear al suicidio con un muro de silencio, con la creencia de que protegemos a los demás si no mencionamos nada acerca del trágico suceso, lo cual dificulta todavía más el necesario proceso de duelo.
Pocas experiencias podrán ser tan demoledoras como el suicidio no contemplado de un ser querido. Es muy común la afirmación de la necesidad de poder compartir, de haber estado con alguien que hubiera vivido la misma experiencia…
El grupo de apoyo será una excelente herramienta curativa para facilitar un espacio en el que no estén sólos/as y que al principio por doloroso que pueda parecer será un buen comienzo para transformar el enorme dolor de la pérdida. Esta es la experiencia de alguien que forma parte del grupo de apoyo de Pamplona:
El grupo de apoyo me aporta en primer lugar compañía en este suceso que tanto me ha afectado. No porque la necesitara, pero me la da. También tranquilidad, porque no puedo cansar a nadie con mis vivencias, ya que compartimos una experiencia vital común. Recibo mucho respeto y también lo doy. Me permite expresarme y gracias a la dirección y acompañamiento del terapeuta y compañeros ahora conozco mucho más mi sufrimiento y mis potencialidades para afrontarlo. Y siempre me da la oportunidad de escuchar: me aportan tanto las vivencias de mis compañeras/os…. Éstas reflejan mucho de mí y en más ocasiones de las que imaginaba me descubren emociones, aspectos de mí de las que no era en absoluto consciente . Agradezco mucho la generosidad de todas las personas que participan en el grupo, pues se comparten a sí mismas, y eso me ayuda mucho.
Este artículo pretende hacer una reflexión sobre la situación de quienes viven el duelo porque un ser querido se ha quitado la vida. Hace ya un tiempo que personas que vivían situaciones que no eran como la mayoría de la población, lo cual les llevaba a vivir escondiendo su condición: como los enfermos de cáncer, personas con VIH/SIDA, el movimiento LGTBI, etc. pudieron romper el estigma social y hoy en día son aceptados por amplias capas de la sociedad. Este cambio les ha posibilitado normalizar su situación y especialmente poder juntarse con sus iguales para poder tomar conciencia de las específicas necesidades que tienen como personas y poder así satisfacerlas.
Así pues, ésta es la tarea pendiente de ese considerable número de personas que se encuentran inmersas en “la estela de un suicidio”.